viernes, 13 de mayo de 2016

EL OLIVO

SEAMOS REALISTAS, PIDAMOS LO IMPOSIBLE
Producto de su inteligencia, todo el cine que hace Iciar Bollaín tiene interés; a veces, esa inteligencia se muestra demasiado obvia y el resultado cae en los típicos clichés tan del gusto de la izquierda. Pero en este caso, aborda con fe y lleva a buen puerto una historia absurda, surrealista, enmarcada en un universo rural con tendencia a desaparecer, y que tal vez, por esa misma razón resulta absolutamente creíble dentro de su inverosimilitud. El viaje de esta muchacha, capaz de todo, que acompañada por su tío y un amigo intenta recuperar el milenario olivo familiar vendido por sus padres para montar un negocio fracasado, se transforma en una metáfora de como enfrentarse a la vida, o quizá es que es la vida misma la que es así.
No se trata de un road moovie, la película va por otros derroteros, simplemente se trata de que unas personas se conozcan mejor, que se entiendan. Hay referencias sociales, apuntes sobre las relaciones familiares, toques ecologistas, pero todo tratado con ternura, porque no importa demasiado. Hay un ritmo preciso, unas muy buenas interpretaciones (sobre todo de Anna Castillo y Javier Gutierrez) dentro de un casting espléndido, perfecto, pero lo que nos queda, tras esa impagable escena en la que los tres personajes centrales estallan en carcajadas al darse cuenta de hasta donde han llegado, es un nítido mensaje: hay batallas que aunque uno sepa que las va a perder, hay que librarlas.

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