martes, 3 de mayo de 2016

LA NOCHE QUE MI MADRE MATÓ A MI PADRE

ALGUNAS RISAS
Intentar hacer reir, sin otras segundas intenciones, es un propósito encomiable, sano y honesto. Inés París se lo ha planteado y, en buena parte, lo consigue con un guión previsible en muchos aspectos, un vodevil, llevado a un ritmo que va de menos a más, unos diálogos suficientemente ingeniosos y unos actores plenemente dedicados a la causa, que creen en lo que hacen. Belén Rueda, María Pujalte y Eduard Fernández están muy bien, pero es Diego Peretti, el de la nariz imposible, el que pone en marcha la maquinaria y el que arranca del espectador el momento sublime de la carcajada. Quizá no sea pedir demasiado, pero no es tan fácil de lograr. Lástima de un sonido deficientemente grabado y una música chirriante auténticamente deleznable.

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