Hay otra America, una que no estamos acostumbrados a ver, la que recoge Sean Baker en ese mundo sórdido que rodea la Disneylandia de Orlando, un mundo devastado por la crisis y habitado por seres degradados, supervivientes de la lucha por la vida, madres sin hombres, de empleos precarios, sin nada que se pueda llamar hogar pues solo son habitaciones de moteles ruinosos, reliquias de un pasado que no llegó a ser. Pero en ese detritus, durante los calurosos meses de verano, surge y crece como si fueran flores maravillosas, una banda de niños para los que ese universo es su parque de juegos, en el que no existen límites y nada está prohibido, en el que aprenden las mañas para seguir viviendo y se respira una libertad total.
De todo eso va esta película, por momentos casi un documental, en la que aparentemente no pasa nada y pasa de todo, en la que no se juzga, se expone. En suma, un trozo de vida real. No se necesita más, basta con saber mirar. Pues bien, nada de todo esto sería posible si el director no hubiese encontrado una sensacional actriz de 6 años, Brooklynn Prince, cabeza de esa banda de infantiles desarrapados, sin un William Dafoe, angélico guardián de ese pedazo del universo, sin Bria Vinaite, madre de esa niña a la que adora y prototipo de mujer marginada e infantiloide, a la que uno casi llega a odiar sino la comprendiera, y sin un grupo de actores, niños y mayores, que de forma coral completan el desolado paisaje. Y para terminar, una fantasía que desborda la triste realidad que hemos contemplado y que, de alguna forma incomprensible, nos devuelve un rayo de esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario