domingo, 24 de junio de 2018

EN TRÁNSITO

VOLVER A CASABLANCA
A Christian Petzold le fallaba el guión en "Bárbara". Aquí la novela de Anna Seghers le da una base sólida. Lo que ha hecho es como una actualización de "Casablanca", pero esta vez en Marsella, que con el enemigo en puertas ya no es una ciudad libre, sino una en que las autoridades, deseosas de colaborar, ya han iniciado la persecución de las minorías,  las deportaciones y los asesinatos de los disidentes. Un hallazgo: las imágenes no muestran la Francia de 1940, sino la actualidad, lo que añade un tono inquietante al relato al sugerir que es algo que podría suceder en nuestros días.
Pero hay también otras diferencias importantes: el protagonista no es un idealista fracasado sino alguien que ha suplantado la personalidad de otro para salvarse, no hay épica por tanto ni tampoco una historia de amor redentora, pero sí una toma de conciencia, de honradez y también de renuncia que le lleva a decidir que su existencia carece de sentido si no permite que otros más dignos que él se salven. Cuando por un capricho de la fortuna el objetivo de su acción queda frustrado (algo así como si el avión que lleva a Lisboa  a Victor y Elsa se estrellara), su vida pierde la razón de continuar y solo queda esperar la muerte.
Se trata de una película excelente, bien contada, con una atmósfera densa en la que la angustia de todas esas personas que pretenden escapar del horror que se avecina, siempre los mismos en los distintos sitios donde esperan resolver su situación, impone el adecuado tono catastrófico que llega a superar al conflicto de los personajes centrales, de tal modo que lo universaliza. Quizá sea en este punto donde radica uno de sus méritos, porque nos convence que es imposible escapar de la tragedia que nos acecha.


domingo, 3 de junio de 2018

EL DOCTOR DE LA FELICIDAD

APENAS UNA IDEA
Poca cosa. Comedia francesa sobre un estafador convertido en médico, que descubre que el modo de hacer dinero es convencer a los habitantes del pequeño cantón que rodea el pueblo de St. Martín, de que si creen estar sanos es porque ignoran las enfermedades que los aquejan. Si la idea hubiera sido llevada al cine con más inteligencia, podría haber tenido algo de gracia, como sucede al principio de la película, pero progresivamente, los chistes desaparecen, las situaciones se tornan repetitivas y como remate se introduce un cierto melodrama con el cura local haciendo de villano. 
El resultado es un producto vacío que se arrastra penosamente y que ni la autora, Lorraine Levy, ni el actor principal, Omar Sy, parecen capaces de sacar adelante. Solo queda la fugaz belleza de Ana Girardot y una cuidada ambientación que, esa sí, da credibilidad a la Francia de 1955. Inane.