Como ya ha ocurrido antes, el título español de esta película de Agnés Jaoui es contradictorio con la tesis que sostiene. Aprovechando una fiesta, la inauguración de una casa cercana a París, Jaoui reúne a una serie de personajillos de actualidad: un decadente presentador en horas bajas de audiencia, la productora de su programa, dueña de la casa y ex-cuñada con su nuevo marido, su hermana Helene, ex-mujer del presentador con su estúpido amante, la hija escritora cuyo único argumento es la vida de sus padres, un rapero de éxito en las redes sociales con su corte de parásitos, escritores y artistas más o menos fracasados y gentes variopintas, habitantes de un mundo artificial, incapaces de pensar en algo distinto a ellos mismos.
Con unos diálogos punzantes, la cámara va desnudando a cada una de esas personas, mostrando la vaciedad de su existencia en la que solo Helene, a pesar de su aparente frivolidad, parece conservar algo de sus viejos principios. Es un retrato descarnado y destructivo de una parte de la sociedad de hoy, que ha perdido todo contacto con la realidad cotidiana, que no está precisamente llena de vida por mucha música y baile que les echen, sino todo lo contrario. De algún modo, sin que ellos sean conscientes, están muertos.
