domingo, 10 de septiembre de 2017

VERANO 1993

CINE Y MEMORIA
Según sus propias declaraciones, esta es una película autobiográfica de su directora y guionista, Carla Simón, cuando tras la muerte de su madre a causa del sida, pasó a vivir en la casa de sus tíos, una masía aislada en un pequeño pueblo de Gerona. Pero los recuerdos no son suficientes para hacer una película, hace falta algo más. En este caso se limitan a una serie de estampas, fragmentadas, que lo único que nos dicen es que la protagonista era una niña traumatizada, mimada y puñetera por decirlo suavemente. El guion no explica ni aclara las razones, ni justifica las tensiones familiares que aparecen. Esa familia que la acoge, ¿Quien son? ¿Qué hacen? ¿Por qué ellos y no otros? En ningún momento se recoge su adaptación gradual a su nuevo entorno, o se nos traslada su búsqueda de cariño o las razones que la motivan a hacer daño a los que la rodean.
La carencia de ilación, de continuidad, perjudica un relato de por sí oscuro, feísta y claustrofóbico. Los actores se limitan a estar ahí, sin más, solo su tía y su prima, la pequeña Anna, son creíbles, porque la protagonista es excesivamente inexpresiva y nunca refleja su tormenta interior. Desde un punto de vista aséptico, el resultado de todo esto recuerda el proyecto fin de carrera de una alumna brillante de una Escuela de Cine: buenas intenciones pero apenas se cumplen las expectativas. Aprobado justo.
PS. Salvo razones políticas, que no hacen al caso, su elección para los Oscar no la entiendo mucho, pero vaya usted a saber; a lo mejor gusta su exotismo.

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