lunes, 4 de abril de 2016

NUESTRA HERMANA PEQUEÑA

INTEGRACIÓN
Tres hermanas viven solas en la gran casa familiar. En algún momento, catorce o quince años atrás, su padre abandonó el hogar para irse con otra mujer. Poco después su madre siguió el mismo camino. La hija mayor, Sachi, es la que ha asumido durante ese tiempo el papel de cabeza de familia. Al morir el padre, que vivía en una población cercana, las tres, a regañadientes, acuden al funeral, con el interrogante de saber que van a encontrarse con una hermanastra a la que no conocen. Atraídas por el encanto de Suzu, la recién conocida, y dándose cuenta de que la tercera mujer de su padre ya tiene un hijo de una relación anterior, Sachi invita a la pequeña a vivir con ellas.
Esa es la historia. Desde ese instante, el director, Hirokazu Kore-eda, nos lleva con un estilo próximo al del maestro Ozu, a compartir su vida. La cámara sigue persistente sus movimientos, sus actos, nos muestra como son, como rezan, lo que comen, mejor aún, como disfrutan de la comida, como se desenvuelven en sus trabajos o, en el caso de Suzu, en la escuela, y en como esta va formando parte de sus vidas. A través de tantos mínimos detalles, recogidos amorosamente, se nos van trasladando sentimientos y emociones, los hacemos nuestros, los compartimos.
Resulta, increíblemente, una película alegre, que transmite felicidad, la felicidad de unas vidas apacibles, en la que lo cotidiano, no exento de tragedias, refuerza los vínculos familiares, hace que sus protagonistas sean conscientes de la fortuna que poseen siendo simplemente ellas mismas; les hace apreciar su relación, su trabajo y extienden su amor a la recién llegada hasta completar su integración en sus vidas.
Está contada sin aspavientos, sin grandilocuencia, con difícil sencillez, como en un susurro, como si se tratara de un haiku prolongado. Retrato perfecto de unas vidas bien vividas y de unos personajes inseparables de las actrices que los interpretan.

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