domingo, 6 de mayo de 2018

LUCKY

REFLEXIÓN
Esta es en apariencia una historia vulgar: la vida de un anciano solitario, adusto, ateo, que vive para el hoy y no se preocupa ni del ayer ni del mañana, entregado a una vida rutinaria, precisa, iterativa en su  disciplina para con él y en sus costumbres, cuyo contacto con los otros seres con los que su planteamiento vital le obliga a tratar, es casi inexistente, reducido a la mínima expresión. Pero un banal incidente, un pequeño desmayo para el que no existe una explicación médica, le hace cambiar radicalmente la relación con su entorno.
A partir de ese momento, el hombre inicia un periodo de profunda reflexión sobre su existencia: constata que nada es permanente, que la vida es un itinerario que tiene un principio y un final, que a su alrededor existe otro mundo. Este es el verdadero sentido de la película: el descubrimiento de la realidad, de su realidad.
Parece muy poco, que apenas ocurre nada, pero en verdad es algo extraordinario. De ello se encarga John Carroll Lynch, director, que en su primera película se revela como un maestro del "tempo", y Harry Dean Stanton, en una interpretación inconmensurable, como lo son las de todos esos personajes que le rodean. Cuando ese reloj del aparato de video, siempre intermitente, se pone en hora, nada parece haber cambiado, pero uno sabe, a través de ese pequeño gesto, que a partir de ahora todo será distinto.

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